“Dichoso el árbol que es apenas sensitivo
y más la piedra dura porque esa ya no siente
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo
ni mayor pesadumbre que la vida consciente”.
Rubén Darío
Si algo nos ha dejado claro la tragedia griega es que no hay forma de vivir sin dolor, puesto que es imposible eludir la fatalidad del destino. Sin embargo, desde pequeños, la sociedad nos enseña a reprimir nuestras emociones. A los niños/as se les suele decir: “no llores”, “actúa como un hombre”, “compórtate con madurez”, entre otras.
La tragedia griega, aunque instrumento de catarsis, develó una gran verdad: la existencia está cargada de sufrimiento. Trágicos como Eurípides, Esquilo y Sófocles develan la esencia del vivir: la desdicha, el dolor, lo vacío del devenir.
Así, en las obras de Sófocles podemos encontrar personajes que sortean las dificultades que se van presentando, pero muchas de estas creaciones terminan en dolorosos desenlaces.
El escenario en el que transcurren los hechos es el de la vida misma, entendida como incertidumbre, llena de eventos que no dan tregua ni permiten prepararse. El hombre es aplastado por la desgracia y la vida misma es un acto de sufrimiento.
Pero hoy en día ocurre algo muy diferente. El llanto ha sido estigmatizado, la sociedad censura el sollozo en público porque se interpreta como debilidad, cuando en realidad es todo lo contrario. Llorar es de valientes. A día de hoy hay infinidad de estudios que demuestran que llorar es bueno tanto para la salud mental como la física. Las lágrimas tienen un efecto calmante al liberar dos sustancias fundamentales para regular nuestro bienestar: las endorfinas y la oxitocina.
El duelo es un proceso que obliga a detenerse, a reflexionar, llorar, ver a la cara al dolor. El duelo es un proceso de adaptación a una nueva realidad.
Es común que cuando una persona pierde a su pareja, quienes pretenden darle ánimo, digan: “eres joven, vas a encontrar a otra persona”, una sentencia escalofriante y estremecedora proferida en medio de la desdicha, y así otras frases desafortunadas que se arrojan como piedras al doliente cuando pierde a alguien querido.
Podría decirse que a nivel biológico estamos preparados para dar respuesta al dolor, incluso si se trata de la muerte de alguien amado, pero la sociedad sanciona cualquier respuesta natural que ceda el paso a la elaboración del duelo, lo cual lleva a que el proceso se complique o se convierta en patológico.
La sociedad trata de evitar el dolor y con ello no consigue más que enquistarlo y hacerlo crónico, ya que solo hay liberación cuando se atraviesa.
En efecto, la sociedad no está preparada para manejar la realidad de la muerte ni apoyar a quienes han perdido seres queridos, pese a que la finitud y la caducidad son las únicas certezas en la vida.
Si en el pasado la muerte era natural, ahora se ha desnaturalizado, se vivencia fuera del hogar, en tanatorios, de forma individual y no comunitaria. Esto es un signo de cuánto ha tratado el ser humano de alejar la experiencia de la muerte de la vida cotidiana.
Por ello, la sociedad bloquea cualquier expresión natural del dolor. En Occidente es frecuente que el tema sea tabú y que las emociones que implica sean excluidas.
De acuerdo con Karl Jaspers, hay una tensión que caracteriza a la existencia y esta se muestra en lo trágico. La tragedia descubre la presencia de lo inhóspito y lo espantoso, lo cual acecha y amenaza, sin importar qué hagamos.
El dolor es mejor compartido
En la escena Suplicantes de Eurípides, Teseo pide a Adrastro que deje de llorar y comience a hablar, porque al compartir el dolor se supera con más facilidad, independientemente de que los otros no puedan sentir lo mismo que siente cada doliente en su interior.
El consuelo se da en la medida que se delega el dolor, pues, ya no se está a solas con el peso del sufrimiento, sino que este se comparte. El poeta alemán Tiedge escribió hace algunos siglos “El dolor compartido es la mitad del dolor”.

Por ello, a quien está en duelo, debemos dejar de decirle “el tiempo lo cura todo”, dando por sentado que el tiempo solo hará desaparecer el dolor, sin que exista un control de lo que ocurre; “debes distraerte”, que no es más que una invitación para evadir el dolor y que trae un coste emocional alto al no permitir que se gestionen las emociones.
Otra sentencia desatinada es “debes ser fuerte”, transmitiendo la errónea idea de que sentir y expresar emociones de dolor es un signo de debilidad.
El duelo es un camino lleno de altos y bajos, lo más adecuado es permitir que la persona que sufre se exprese y asigne palabras al dolor o manifieste el llanto y el enfado que está viviendo, después de todo “una alegría compartida es doble alegría. Una pena compartida, es media pena”.
Pero, sobre todo, ten paciencia contigo mismo ante el dolor. No te desesperes, no te impacientes, permítele a tu alma que llorar y así sanarás tu corazón.
Isbelia E. Farías L
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