“Solo disponemos de cuatro principios de la moral:
1) El filosófico: haz el bien por el bien mismo, por respeto a la ley.
2) El religioso: hazlo porque es la voluntad de Dios, por amor a Dios.
3) El humano: hazlo porque tu bienestar lo requiere, por amor propio.
4) El político: hazlo porque lo requiere la prosperidad de la sociedad de la que formas parte, por
amor a la sociedad y por consideración a ti”
Lichtenberg, Aforismos
Y, un día, al acabar la jornada, decidimos llevarnos un taquito de notas adhesivas de la oficina.
Son tan útiles… Además, ¿qué puede pasar? Solo es un bloque de notas: seguro que alguien
más se ha llevado algo; con todas las horas que le dedico a este trabajo; ya va en mi sueldo,
etcétera… Daremos mil y una explicaciones para justificar nuestra acción. Si no nos pillan, la
sensación es genial: ese pequeño acto de rebeldía, de transgresión de los cuatro principios
morales que definía Lichtenberg, nos hace sentirnos libres por un instante. Hemos desafiado al
Capital y redistribuido los bienes arrebatados, como auténticos Robin Hood del siglo XXI.
Seguramente, la escena anterior nos resulta familiar a quien leemos este artículo: puede que
cambie la acción, el lugar, el objeto y las razones que nos damos para autoconvencernos de
que no es tan grave lo que sucede: al fin y al cabo, todo el mundo lo hace.
Y ahí, en esa última premisa, es donde reside el engaño: ¿puede el hecho de que otras
personas transgredan también los valores éticos y morales en que se sustenta la norma social
validar una acción más o menos cuestionable?
A lo largo de la Historia, se han escrito páginas y más páginas sobre los valores esenciales del
individuo y de la sociedad, de la virtud de la ciudadanía y de la persona, esos que se escriben
con mayúsculas bien grandes y visibles, como luces de neón brillando en cada fachada o sobre
nuestras cabezas. No me refiero solo a las numerosas obras de filosofía que han ido
apareciendo desde la Grecia clásica a la actualidad más reciente, sino también a una
innumerable colección de textos narrativos y poéticos (sin descuidar al teatro o al cine) que se
han aventurado a entrar en la jungla de la ética, de la moral, de la naturaleza -en definitiva- del
ser humano.
Y es que somos un fabuloso y complejo conjunto de constantes contradicciones. La ética y la
moral deberían constituirse por valores y principios absolutos: la integridad en el trabajo, la
dignidad de la persona y el respeto a los demás, la defensa sin ambages de valores y derechos
universales… Pero el día a día es otra cosa. Y es que, por suerte o por desgracia (según como
queramos verlo), somos humanos y no máquinas infalibles: vivimos sujetos a emociones, a
pasiones, a diferentes influencias externas…, que modifican nuestra brújula ética: ¿quién no ha
optado alguna vez por acogerse a la comodidad de “dejarse llevar” por una situación, por el
pensamiento de masas o de grupo, por las circunstancias? Nuestro pequeño demonio, posado
sobre el hombro, se arrellana bien a gusto, agarra su bol de palomitas y nos susurra al oído “¿y
por qué no?”: comienza el espectáculo.
Como recoge Savater en su muy recomendable “Ética para Amador”1, es mucho más sencillo
ser solidario con la Humanidad -como ente colectivo y abstracto-, que con la señora Puri del
quinto izquierda, porque la señora Puri tiene un timbre de voz demasiado irritante, mastica
con la boca abierta y gasta un perfume de aroma tan denso que se puede masticar. Además, la
Humanidad no chismorrea sobre los demás en el portal de casa cada día.
Mantenernos íntegros y defender nuestros valores éticos y morales es mucho más sencillo si el
otro no tiene un rostro definido, un nombre propio ni una historia personal detrás: nos
mostramos contrarios a la pena de muerte, pero la aplicaríamos sin duda a un asesino en serie;
defendemos la reintegración en la sociedad y creemos en las segundas oportunidades a quien
cumple íntegra su condena, pero no querríamos a un expresidiario residiendo en nuestra
comunidad, barrio o vecindario, o como compañero de trabajo. Sobre este particular basó
Lawrence Kohlberg su teoría del Desarrollo moral2. Para su estudio y análisis empleó (entre
otras herramientas) el conocido Dilema de Heinz:
«En Europa, una mujer estaba a punto de morir de cáncer. Un medicamento podría
salvarla, una forma de radio que un farmacéutico en la misma ciudad había descubierto
recientemente. El farmacéutico lo vendía a 2.000 dólares, diez veces más de lo que el
medicamento le costó fabricar. El marido de la mujer enferma, Heinz, fue a pedir
prestado dinero a todo aquel que conocía, pero sólo consiguió reunir cerca de la mitad
de lo que costaba. Él le contó al farmacéutico que su mujer se estaba muriendo y le pidió
que se lo vendiera más barato o que le permitiera pagar más tarde. Pero el farmacéutico
dijo que no. El marido se desesperó y forzó el almacén del hombre para robar el
medicamento para su mujer».
A continuación, se nos plantean las siguientes cuestiones:
• ¿Debería el marido haber hecho eso? ¿Por qué?
• ¿Cambiaría algo si Heinz no amara a su esposa?
• ¿Qué pasaría si la persona que está muriendo fuera un extraño, habría alguna
diferencia?
• ¿Debería la policía arrestar al farmacéutico por asesinato si la esposa de Heinz muere?
Además, al fin y al cabo, solo es un taco de notas adhesivas, o un bolígrafo, o una prenda de
ropa, un paquete de galletas, un muñeco de plástico, un fajo de billetes de la caja,… o un
medicamento que puede salvar la vida a mi mujer… La gran multinacional para la que trabajo/el
holding textil/el laboratorio farmacéutico apenas va a notar que falta, es calderilla para su
bolsillo.
¿Qué puede haber de malo en eso?
Por María Vázquez
www.linkedin.com/in/mvazquezscq
- SAVATER, F. (2004). Ética para Amador. Madrid, España: Ariel Ed.
- KOHLBERG, L. (1984). The Psychology of Moral Development: The Nature and Validity of Moral Stages. New York, EUA: Harper & Row Publishers
