Siempre me ha gustado leer, pero pocos libros, y me atrevería a decir que ninguno, han conseguido dejarme sin aliento, con el corazón encendido y con deseos de magnanimidad en el alma. «Nacemos para no morir nunca» cuenta la maravillosa historia de Chiara Petrillo, una mujer excepcional que a los 28 años nació a la vida eterna, tras una vida intensa en amor y entrega a su marido y sus tres hijos.
Al poco tiempo de casarse, espera a su primera hija, María Grazia, que muere a la hora de nacer. Un año después, esperan a su segundo hijo, Davide, que también muere a causa de una malformación. Cuando están esperando a su tercer hijo, a ella le detectan un cáncer muy agresivo. Con un amor infinito, decide no someterse al tratamiento para no perjudicar al pequeño Francesco, que nace sano y fuerte. Chiara morirá un año después a causa de ese carcinoma.
Y en esta historia, que el mundo consideraría desgraciada, infeliz e incluso, de una mala suerte sin precedente, Chiara y Enrico, su marido, te invitan a vivir la otra cara de la moneda, una historia de alegría profunda que refleja la gloria de Dios vivo. Del Dios que da la vida. Vivimos exigiendo milagros palpables, las oraciones por Chiara solo pedían la curación de su cuerpo, como si la vida terrenal fuera lo único que tenemos. Chiara era mucho más libre, estaba desapegada de su cuerpo, porque su esperanza estaba en Dios, no en sus capacidades. No comprendía el misterio de su sufrimiento, que la tenía postrada en una cama, pero sabía que el Amor, se lo explicaría todo cuando llegase el momento. Chiara aceptó la pobreza de su cuerpo tal como era. Renunció a entender, sabiéndose solo de Cristo. Tomó su cruz con una alegría desarmarte y sencilla. Tras acompañar a sus dos hijos a la eternidad, entendió que “Dios es la plenitud de la alegría que no se desvanece ni bañada en lágrimas”.
Chiara creía firmemente que Dios daba la gracia necesaria para cada momento. Con una humildad de corazón, ella decía que su único valor era vivir sabiéndose hija de Dios. Fiándose de Cristo. La grandeza de Chiara residía en ser reflejo de Dios. “Solo debemos elegir, podemos vivir sabiéndonos hijos de Dios, o creyendo que todo es una casualidad”. Su relación con Enrico muestra como el matrimonio es una vocación que conduce a la santidad si se vive desde la plena libertad. Chiara vivió en profundidad este misterio. Entendió que no tenía derecho a Enrico, sino que este era un don para ella. Igual que no tenía derecho a la vida de sus hijos. Eran, ante todo, hijos de Dios, su vocación como madre era exclusivamente conducirlos a la Vida. No le pertenecían.
¡Chiara era una autentica revolucionaria! Cuánto nos cuesta a nosotros vivir desapegados, cuando el mundo solo nos vende que la seguridad está en tener y retener. El matrimonio defendió con sus dos hijos su concepción de la vida, que como dicen en el libro, muchos encontraban incomoda. “La idea de una vida que es valiosa en sí misma, prescindiendo de la inteligencia, de la capacidad de razonar o de la belleza. Una idea que rompe con los criterios del mundo y según la cual una nueva vida no viene a quitarnos nada sino a enriquecernos con su presencia”.
Los médicos intentan convencerles de que sus hijos no eran compatibles con la vida, y que tienen alternativas. Intentan venderles, que, si matan a su hijo en el vientre de la madre, ya no existirá. Pero eso es la gran mentira. Su hijo existe y está llamado a la eternidad. Es perfecto por sí mismo. La acción del hombre no es capaz de borrar el deseo de Dios. Sus hijos fueron soñados por Dios y existen por encima de las decisiones humanas. Con valentía, el matrimonio entendió que la única alternativa era amar hasta el extremo. No había ningún error en sus hijos, como Chiara decía “eran perfectos para la eternidad”. La verdadera alternativa era acompañar a sus hijos hasta donde humanamente pudieran y vivir felices sabiendo que después de su nacimiento al cielo, vivirán plena y eternamente en Cristo.
Los funerales de sus hijos fueron días muy felices para ellos. “Estamos poco acostumbrados a asociar el sufrimiento con personas felices” explicaba Chiara. En la homilía el padre recalcó que no vivimos para el trabajo, la salud o la reputación, vivimos para amar. Chiara cuenta que vivieron una experiencia de eternidad única. En el funeral de Davide, Enrico escribe una bella poesía como recordatorio:
“(…) Nos has hablado de Él, y de su amor de Madre, del grano de trigo y del amor que encierra.
Nos has enseñado que el amor no crea nada imperfecto, eres un prodigio único, irrepetible y maravilloso.
¡Cuánto amor nos has dado!
De una cosa estoy seguro: estás destinado a una gloria mayor que la nuestra.
Vete amor mío…
Vas a ver qué hay detrás de la montaña. Te espera una bonita sorpresa.”
La muerte de sus hijos, pese a llevarlas con una confianza y serenidad envidiables, fueron momentos de profundo sufrimiento para el matrimonio. Llevar esta cruz juntos la hacía más ligera. Chiara, reflexionando sobre su segundo hijo, comprende en el corazón, que Davide ha desenmascarado a los que creen en una fe mágica y le piden a Dios que sea un repartidor de caramelos. Davide ha demostrado que Dios hace milagros que salen de la lógica humana, porque Dios es mucho más que nuestros deseos.
La acción de Dios sobre Chiara no termina aquí. Y es que, Dios aún tenía planes más grandes para ella. Como a Pedro, le pregunta tres veces si le ama. Con sus dos hijos, Chiara ya ha demostrado que ama a Dios por encima de todo. Le queda su última afirmación, en la que de nuevo dirá su Sí, entregando su vida en la cruz.
El dragón, como Chiara llama al cáncer que la consume por dentro, aparece mientras espera a Francesco, su tercer hijo. Rompiendo nuestros básicos esquemas, Enrico y Chiara también ven detrás de este tumor la belleza de Dios. Y por eso no se enfadan con Dios, porque saben que Dios estaba detrás de María y de Davide, y solo le abrió los ojos a un amor verdadero, inalcanzable desde las limitadas capacidades humanas. “Entender que detrás de todo está Dios es maravilloso” diría Enrico. Y otra vez más, Cristo demuestra que tiene todo siempre preparado para un don más grande, un plan más perfecto. Chiara sabe en los más profundo de su corazón que Cristo no decepciona, solo hay que dejarle espacio.
Chiara sufre numerosas tentaciones a causa del sufrimiento que le causa el tumor. Al fin y al cabo, es tan humana como nosotros. En una noche larga, dado que no podía tomar medicamentos a causa del embarazo, el dolor la lleva a pensar que Dios la ha abandonado. El desasosiego que siente en ese momento le parte el alma, y desde entonces ella dirá que teme al dolor, no por el sufrimiento, sino por el miedo de volver a desconfiar de Dios.
Las almas sencillas tienen siempre deseos de grandeza, por eso para Chiara, su mayor deseo era recuperar la cotidianidad sencilla de su matrimonio. Echa de menos poner lavadoras, cuidar su casa, dar paseos con su marido. De nuevo, Chiara nos rompe todos nuestros esquemas. Es capaz de ver lo extraordinaria que es su vida ordinaria.
Francesco nace sano y fuerte, pero Chiara es ya una enferma terminal. Y en medio de tanto sufrimiento y desesperación, en el matrimonio hay una paz desbordante, que contagia a todos los que les visitan. Enrico pide la gracia de vivir el presente con su mujer “el pasado a la misericordia, el presente a la gracia y el futuro a la providencia”.
Ambos han entendido que, si se aman de verdad, no pueden excluir la posibilidad de la cruz. Los últimos días de Chiara podrían vivirse desde la desolación y la angustia. Sin embargo, todos los que estaban con ellos afirman que se vivió consuelo, paz y alegría profunda, fruto de una sabiduría diferente.
El matrimonio se siente más amado por Dios cada día que pasa, y por lo tanto con más capacidad de amar. Todos alrededor de Chiara esperan el milagro de la curación, pero los planes de Dios eran más grandes. Con su continuo Sí durante su enfermedad, Chiara contesta la pregunta de Cristo: “y tú, ¿me quieres más que todo esto?
A Chiara, sus hijos le han abierto la puerta a la eternidad, y su marido, le ha acompañado en el camino. Chiara muere más bella que nunca, con una paz y serenidad en el rostro que reflejan la belleza infinita de Dios.
Enrico escribe para ella estas líneas:
“(…) La eternidad en tus ojos, ya la había encontrado, pero no me lo podía creer.
Sus ojos en los tuyos y aquella paz. Solo Él es la paz, y lo he reconocido por el amor.
Mis ojos están ahora fijos en los suyos, para no perderte.
¡Qué milagro la vida, amor mío!
Siempre con las manos vacías delante de Él, siempre así por toda la eternidad.
Él es la fidelidad de Dios y el amor que no decepciona. Es la locura de la cruz del amor entregada con
sencillez. Porque muriendo vencerá a la muerte.”
Chiara nació para no morir nunca, y esa es su gran lección. Este libro revela la sencillez del maravilloso matrimonio que ha vivido mirando a Cristo, no muerto, sino ¡Resucitado! Chiara nos demuestra que la vida está fuera de nosotros, y se llama Jesús.
Sus amigos cuentan que Enrico fue profundamente feliz en esos momentos. “No es una alegría que elimine el dolor y las lágrimas, pero que las recoge”.
Antes de morir, Chiara escribe una carta a su hijo Francesco, pero realmente es una carta a todos nosotros. Una carta de un alma magnánima que ha experimentado en su propia vida el amor de Dios y nos invita a apostarlo todo por la eternidad, porque ya somos hijos de Dios, solo tenemos que creérnoslo. Un padre nunca quiere nada malo para sus hijos.
“El amor está en el centro de nuestra vida, porque nacemos de un acto de amor, vivimos para amar y ser amados y morimos para conocer el verdadero amor de Dios. El amor te desgasta, pero es bonito morir desgastados como una vela cuando ha cumplido su misión. Si estás amando de verdad, lo reconocerás en el hecho de que nada te pertenece, todo es un don. Lo que tiene no te pertenece nunca porque es un regalo que Dios te hace para que tu puedas hacerlo fructificar.
No te desanimes nunca, hijo mío, si Dios quiere quitarte algo es solo porque quiere darte más. Tú te llamas Francesco precisamente porque San Francisco nos ha cambiado la vida. Es bonito tener ejemplos de vida que te recuerden que se puede alcanzar el máximo de felicidad en esta tierra, con Dios como guía.
Cualquier cosa que hagas solo tendrá sentido si la miras con cara a la eternidad.
¡Fíate, vale la pena!”
Esta es la historia de Chiara, una mujer excepcional que vivió amando, murió dando la vida y nació para no morir nunca.

Por Miki Barañano