Las dietas veganas están vinculadas a una serie de beneficios visibles a distintos niveles, los cuales están relacionados tanto con nuestra esfera más personal, dados sus beneficios para la salud, como con una dimensión más global, es decir, su impacto positivo tanto directo como indirecto sobre el medio ambiente. Por otro lado, también cabe reflexionar sobre cómo una dieta vegana podría cambiar incluso las interacciones y el equilibrio social.
Si tenemos en cuenta que una dieta basada en verduras requiere un tercio de la tierra necesaria para elaborar productos lácteos y cárnicos y que la sequía es un problema propagado en muchas áreas del mundo, es evidente que es una opción cuanto menos más sostenible. Teniendo en cuenta los mecanismos derivados de la producción masiva de productos animales y su efecto social desde la explotación de recursos hasta la explotación de la mano de obra, sobra decir que una elaboración más simple –enfocada hacia una dieta vegana, en este caso– permitiría tener un control más preciso sobre los procesos de producción, que podrían ocurrir a menor escala e incluso en zonas geográficas más controladas. Esto tendría un efecto fundamental sobre la meta mundial de conseguir seguridad alimentaria y reducir la explotación de países del tercer mundo para la producción masiva en el marco de una economía global cuyas dinámicas no son del todo equilibradas.
Dentro de este panorama, la conciencia en torno a los efectos del consumo de productos animales ha aumentado, e incluso grandes figuras de referencia a nivel mundial se han empeñado en difundir los beneficios de una dieta vegana. Entre ellas está Bill Gates, que se ha encargado de propagar su deseo por un futuro vegano; el actor Joaquin Phoenix, que está enfáticamente en contra de la tortura animal derivada de las dietas cárnicas; el jugador de cartas más famoso del mundo, Daniel Negreanu, que apoya esta tendencia desde la difusión de los beneficios físicos y mentales de la dieta vegana o el director de cine James Cameron, que tiene su propio rancho de cultivo de hortalizas en California.
Hemos dejado atrás el año más caliente de la historia y, si no hay un cambio drástico, en 2017 el calentamiento global podría seguir incrementando. Manteniendo la cadena alimenticia actual, en 2050 podríamos esperar lo peor, con un aumento de cerca del 80 % de emisiones de gases de efecto invernadero, lo que significaría que la temperatura mundial subiría alrededor de dos grados. Las consecuencias serían devastadoras y difícilmente podría habría marcha atrás. Sin embargo, aún estamos a tiempo de cambiar nuestro futuro.
Como ya hemos analizado anteriormente, el consumo de carne es insostenible. Si tenemos en cuenta que casi una veintena de raciones de hortalizas equivale a un número inferior de estas emisiones en comparación con una sola porción de carne de vacuno, resulta casi redundante abogar por el consumo de verduras sobre el consumo de animales. Por otro lado, si mantenemos las costumbres alimenticias de hoy en día, nuestras dietas serán cada vez más vacías en nutrientes, con comida cada vez más procesada y una alimentación pobre que derivaría en problemas tanto nutricionales como de salud.