Los mecanismos neuronales de las experiencias místicas ya tienen un nombre para ser definidos y englobados: la neuroteología. Cada vez son más las investigaciones que pretenden dar respuesta a la existencia de un ser superior, a la espiritualidad humana, a estados elevados de conciencia.
Saber ¿qué ocurre en el cerebro durante la meditación o a qué es la iluminación? Los científicos buscan el rastro físico de ese estado iluminado del ser humano mediante los medios a su alcance que identifiquen los cambios en diferentes zonas del cerebro cuando se producen, se ha comenzado a arrojar algo de luz respecto a los mecanismos neuronales implicados en las experiencias místicas.
Lo divino y lo científico se acercan , no son términos antagónicos a los conceptos de Dios y religión, e incluso pueden estar al servicio de estos últimos, como demuestran algunos estudios destinados a clarificar la relación entre el humilde ser humano y el inasible Ser Supremo considerado por cientos de millones de personas como el hacedor del Universo. Una investigación reciente de un equipo de la Universidad de Montreal, en Canadá, efectuado con un grupo de monjas, sugiere que no hay un sólo «punto divino» en el cerebro que permita comunicarse con Dios, sino que la experiencia mística depende de varias áreas neurológicas.
El cerebro de las religiosas se estudió por medio de la resonancia magnética funcional (IRMf). Esta novedosa técnica de diagnóstico por imagen, permite medir el flujo sanguíneo y la distribución de sangre en el cerebro y ofrece una síntesis de imágenes similar a una secuencia de película. Ello posibilita localizar las regiones cerebrales funcionales, o sea las que están activas en un momento dado.
Los investigadores canadienses efectuaron exámenes con IRMf a 15 monjas carmelitas de clausura de entre 23 y 64 años de edad, a cada una de las cuales se le pidió que evocara una vivencia mística, en lugar de intentar conseguir una de estas experiencias. Las monjas habían experimentado el acto místico de unión con Dios cuando tenían entre 20 y 29 años.
Lo que encontraron es que la experiencia mística parece involucrar a una docena de regiones y sistemas cerebrales que controlan diversas funciones, como la conciencia de uno mismo, la emoción y la representación corporal. Su hallazgo contradice investigaciones anteriores que sugerían que una región cerebral específica, denominada «punto divino», podría gestionar la comunicación con Dios.
El director de la investigación, el doctor Mario Beauregard, dice que «la principal meta del estudio fue identificar las correlaciones neuronales de una experiencia mística» y «el hallazgo no disminuye el significado y el valor de esas experiencias ni tampoco confirma o descarta la existencia de Dios». Para algunos sacerdotes «estos estudios del cerebro brindan un entendimiento fascinante sobre cómo el cuerpo humano, la mente y el espíritu se interconectan, pero no deben hacernos pensar que las oraciones y la experiencia religiosa son sólo una actividad cerebral, ya que el encuentro con Dios es una experiencia que va más allá de los límites normales de la psicología humana y de la consciencia«. En cambio, la relación entre ciencia y religión es contestada por otros investigadores del cerebro humano.
El neurocientífico Pasko Rakic de la Universidad de Yale, en EE.UU asegura que «Dios no tiene nada que ver con la ciencia , y en el cerebro veremos genes y evolución, pero no a Dios», con lo cual coincide Javier de Felipe, investigador del Instituto Cajal, de Madrid en España, quien afirma que «hoy Dios es poco más que un circuito neuronal». Para Idan Segev, neurobiólogo de la Universidad Hebrea de Jerusalén, «Dios es una invención del cerebro. Si la ciencia fuera capaz de construir un robot con un cerebro tan complejo como el humano, seguro que creería en Dios».
El cerebro y la teología
Uno de los grandes impulsores de la «neuroteología», o neurobiología de la religión y la espiritualidad −una disciplina que busca explicaciones científicas a las vivencias místicas y religiosas− es el neurólogo James Austin, autor de un tratado sobre «Zen y el cerebro». Un día, cuando esperaba su tren en Londres, el sabio recordó el retrato de un budista sobre el que había estado leyendo, y percibió una especial sensación de existencia individual, de que el mundo físico se separaba de él y se evaporaba. Su conciencia de «yo, mí o mío» desapareció, y «el tiempo no era presente, sino que tenía un aura de eternidad». Austin sintió que tenía la capacidad de comprender la naturaleza última de todas las cosas. Comenzó a explorar los mecanismos de las experiencias místicas y espirituales. Hoy cree que «si el miedo y la conciencia de uno mismo desaparecen en un momento determinado, ello se debe a que «algunos circuitos del cerebro se interrumpen».
Un numeroso grupo de científicos se dedica al campo de la neuroteología. Hace poco, la Asociación de Psicólogos Americanos difundióun estudio sobre vivencias místicas como las de personas que aseguran haber traspasado el umbral de la muerte. Por su parte, en la Universidad de Columbia, en EE.UU., se investiga cómo las experiencias espirituales reflejan sucesos peculiares de la vida cotidiana «que luego reproduce el cerebro» y se ha comprobado que las prácticas religiosas tienen una influencia considerable en los lóbulos frontales del cerebro, lo que produce un mayor optimismo y creatividad en la persona. Tal vez la clave esté en no cerrarnos al descubrimiento de una nueva consciencia y concepción de nosotros mismos.
Fuente: http://www.entornointeligente.com/