Vivimos en el derroche, esa es la realidad y hay que evitar el desperdicio global de alimentos. Según la FAO, a nivel mundial, alrededor de un tercio de todos los alimentos que se producen, con un valor de cerca de un billón de dólares, se pierde o se desperdicia en los sistemas de producción y consumo alimentarios. Según la ONU más de la mitad de los alimentos acaban en la basura, la mayoría antes de que lleguen al plato.
En el supermercado el cliente no quiere una oferta única de algo, sino varias marcas para elegir, eso implica que se paga también por lo que no se vende. Decenas de miles de alimentos animan a consumir. Hay productos que solo pueden venderse en un día porque tienen que tener un aspecto inmaculado.
Hasta los años 60 hubo problemas de abastecimiento, el objetivo era saciar el hambre de la gente y hoy se intenta despertar el apetito de la gente saciada; el supermercado sugiere necesidades que no tenemos. El objetivo es obtener beneficios, pero cuánto se desperdicia de esa sobreoferta es un secreto, hasta ahora, bien guardado.
Una investigación en varios supermercados estimó que se tiran a la basura unos 45kg. por día de comida aprovechable que va a caducar. Un supermercado francés reconoció que produce al año entre 500 y 600 toneladas de basura que se tiran a punto de caducar. Consideran que los fabricantes ponen fechas de caducidad cada vez más breves y lo argumentan por prevención.
El derroche de alimentos empieza ya en el campo, en la cosecha. Es el caso de las patatas demasiado pequeñas que elimina la máquina o demasiado grandes que el consumidor rechaza y se quitan, y las hay con defectos, protuberancias o pequeñas marcas que tampoco se pueden vender. En total se elimina entre el 40 y 50% que se queda tirado en el campo pareciendo que todavía no se ha realizado la recogida, de tantas que quedan. Se utilizan criterios que no tienen que ver con calidad y nutrición sino con el aspecto del producto.
Hay un caso relevante a considerar, el pepino. La Unión Europea aprobó la normativa del pepino recto porque el comercio quería pepinos rectos porque son más fáciles de empaquetar. Ahora la nueva normativa permite que se vendan pepinos curvos pero, en la práctica, los supermercados no los quieren porque no caben en las cajas. La UE anuló muchas de sus normas pero las grandes cadenas comerciales insisten en exigir alimentos estandarizados, por tanto, la anulación de la norma ha sido un fracaso.
Los mercados mayoristas ofrecen toda la diversidad del planeta. En el mayor mercado al por mayor del mundo, Rungis, cerca de París, el encargado de selección decide qué se tira. Puede darse el caso de desechar 880 cajas de naranjas, con peso neto de más de 8 toneladas, porque llegaron ya un poco pasadas.
Una gran parte del desperdicio del mercado mayorista lo componen pescados y mariscos que no se vendieron en el día. Solo una parte mínima de lo que se descarta se dona, permitiendo alimentar en Europa a millones de necesitados, pero la capacidad para reutilizar lo descartado por el comercio mayorista y minorista es mínima.
Productos carísimos en un país acaban en la basura en otro
Una empleada camerunesa de este mercado fue despedida por su discrepancia con esta práctica de desecho. Denuncia que llega fruta y verdura de todo el mundo, también de su país y que sabe lo cara que es allí y lo que cuesta producirla, para nada más llegar a Europa tirarla a la basura si no se distribuye rápidamente. Vio cómo se tiraron una montaña de plátanos cuando en Camerún una familia no puede comprar ni uno por su elevado precio.
Este derroche afecta a todo el mundo, también a África. En Camerún se cultivan plátanos y los mayoristas imponen el tamaño del fruto, la longitud e incluso el número de unidades por racimo. Todos los frutos que no se adaptan a la normativa se devuelven o se destruyen, alrededor del 8%. A esto se suman las pérdidas durante el transporte pero lo peor es que se quitan las tierras a los campesinos vecinos. Las plantaciones de plátano que limitan con los papayos de los pequeños agricultores han ido creciendo a costa de la reducción de sus tierras, impidiéndoles alimentar a sus familias.
En Europa los alimentos son tan baratos que en los hogares no se tiran solo los restos de las comidas sino, también, productos frescos, estimándose en unos 100 kg el promedio al año de desecho de comida aprovechable por familia. Se tiran muchos productos antes de que se pongan mal porque no los necesitan, y si surge la necesidad lo vuelven a comprar.
Traducido a euros, por ejemplo, en Austria se tiran por hogar y año, unos 400 euros. En Alemania se estima que se tiran anualmente alimentos por valor de 20.000 millones de euros, que equivale a las ventas de Aldi, la mayor cadena minorista del país. Otro ejemplo es el de las panificadoras alemanas que producen un 20% más de lo necesario, por tanto, se destruye mercancía con valor de uso que además lleva incorporada un trabajo humano, un esfuerzo.
También para las finanzas de la empresa es excesivo. 500.000 toneladas de pan se tiran a la basura al año en Alemania; mientras en Europa se desecha esa ingente cantidad de pan en otras partes del mundo falta trigo a precios asequibles, la mayoría de los países africanos lo importa pagando en divisas.
El precio sube porque la demanda mundial y la especulación aumentan y la demanda real no se puede saciar porque los europeos pueden permitirse destruir irresponsablemente cuando en África el pan es tan caro que el aumento de los precios ha provocado en muchos países las llamadas “revueltas del pan”, con el resultado de numerosos muertos y derrocamiento de algunos gobiernos.
Tirando el pan contribuimos a subir el precio en todo el mundo; nuestro derroche alimenta, indirectamente, el hambre en otras partes del globo. La comida que se tira a la basura en Europa y en Norteamérica bastaría para alimentar tres veces a quien padece hambre en el mundo.
Fotografías de www.thinkeatsave.org
Información sugerida por María Gasset.