En ocasiones, cuando disfrutas de lo que haces de una manera que piensas que es plena, de forma inconsciente puedes perder de vista el sentido real de la vida. Eso es lo que me ocurrió cuando fuertes pérdidas de memoria me empezaron a visitar varias veces al día.
Mi ritmo de vida siempre había estado marcado por una velocidad que yo consideraba normal. Durante años, el valor del trabajo dirigía mis pasos acompañando a personas para que consiguieran sus objetivos: esa era mi bandera. Subida en un tren de alta velocidad, recorría el país, de lunes a viernes impartiendo formaciones en las que entrenaba habilidades a directivos en grandes y medianas empresas. Mis fines de semana los utilizaba para estudiar, con el fin último de seguir aprendiendo para enseñar. Hacía lo que hacía de forma intensa y apasionada. Y retroalimentándome de los éxitos de mis clientes. Ellos eran la gasolina que repostaba para seguir caminando.
Recuerdo (y digo recuerdo porque ahora puedo), que en año y medio contaba con dos masters, uno de dirección y gestión de equipos comerciales y el segundo, el EMBA (Executive Master of Business Administration). Fueron dos años de disfrutar más aún, consiguiendo mejores y mayores herramientas que trasladar a mi trabajo. Mi velocidad aumentaba ya que a la vez, conseguía más clientes que confiaran en mí. Mi Método se basaba en redescubrir las emociones, entrenar habilidades y atender a los valores. Y todo desde el juego. Un juego que provocaba emociones a los participantes y lanzaba oportunidades de acción que desencallaban cualquier conflicto que hubiera en las empresas.
De repente, recibí un aviso de mi cerebro: en una formación, perdí el hilo de lo que estaba diciendo: me encontré delante de 25 personas, mirándolas con extrañeza, sin saber qué hacía allí. Fue una sensación de miedo, que resolví, diplomáticamente, preguntando, ¿por dónde iba?
En una semana, los avisos, empezaron a ser constantes. Empecé a perder el hilo también en mi vida cotidiana: Estar delante de un cajero automático para sacar dinero, y no saber cómo funcionaba, ni tan siquiera saber dónde poner la tarjeta, para hacerlo.
Todo por lo que había trabajado y luchado y el cómo lo hacía estaban en un alambre del que en cualquier momento podía caer.
Me diagnosticaron amnesia disociativa : lagunas de memoria inundaban mí día a día. El neuropsicólogo iba abriendo los ojos cada vez más perplejo, cuando respondía a sus preguntas: Tu tren, me dijo, va a doscientos veinte por hora y tú crees que es una velocidad normal. Y es debido al estrés. ¿Estrés?, no, le dije, siempre he funcionado así. -Pues a partir de ahora, tendrás que bajar esa velocidad si quieres seguir haciendo lo que haces- me aseguró.
Tuve que cambiar mi estrategia de vida: ¡No iba a renunciar a mí pasión!¡ Tenía que empezar a vivir esos apagones desde la serenidad. Mi terror a perder lo conseguido, era lo suficientemente importante, para avisarme. Por eso le tengo que agradecer a mis emociones, a mis habilidades y a mis valores, que vengan conmigo en el viaje.
Lo primero que hice, fue tomar conciencia de la realidad . Lo segundo, desde esa realidad, empezar a escribir mi Método. No quería que se me olvidara. Y lo tercero, cambiar mi estrategia de trabajo: de ejecutiva atareada, pasé a ser una ejecutiva emocionalmente inteligente. Busqué nuevas y diferentes líneas de actuación, opciones, alternativas que me ayudaran a generar, de una manera más serena, los mismos resultados de negocio, y los mismos resultados de éxito en mis clientes. Las busqué y las encontré. Las encontré porque me apliqué o que predicaba: “Nuria, tú eres tu mejor recurso, recuérdalo”.
De modo que bauticé a mi método como Método NSR (las iniciales de mi nombre, mi esencia, mi identidad, mi marca).
Creo en la Educación Emocional como el primer paso imprescindible en el aprendizaje de vida, en el crecimiento de las habilidades y en esas grandes banderas que son los valores.
Entreno a otros para que a su vez aprendan a enseñar a mayores y pequeños, con herramientas aprendidas y vividas que transformen los sueños en realidad. Y lo hago con el Método NSR, que acerca grandes teorías y ordena la conjugación del sentir, el hacer, el pensar y el creer, de forma práctica, directa y eficaz. Mi objetivo final es dar las claves que se esconden tras ese “si yo puedo, tú puedes” para salir a ganar sin desfallecer y alcanzar con éxito esa tan apreciada felicidad.
Es un método práctico orientado a alcanzar objetivos y una potente herramienta que integra distintas disciplinas. Se compone en un 70% de fórmulas de alto rendimiento más Educación Emocional y un 30% de otras disciplinas como el Coaching, PNL, Neurociencia y la Psicología práctica.
Por eso a día de hoy sigo impartiendo acciones formativas en el campo de la educación, la empresa y también en el del crecimiento personal de adultos con grupos de personas que quieren alcanzar objetivos desde, por y para el bienestar personal e individual y el de otras personas que les rodean o con las que a su vez trabajan.
Desde lo práctico, útil y eficaz he diseñado programas formativos dirigidos a desarrollar la Educación Emocional en los adultos: cuando éramos niños aprendíamos con facilidad de todo lo que nos ocurría. Y de inmediato lo poníamos en práctica. ¡Teníamos habilidades que asombraban a todos! Y las usábamos con toda naturalidad. Al hacernos mayores, esa facilidad parece que la vamos perdiendo. La buena noticia es que sigue ahí, aunque no esté a la vista.
Me siento orgullosa de poder compartir mi metodología con profesionales del crecimiento personal y personas que interactúan con otras personas, en el mundo de la empresa y con el profesorado. Y por supuesto, con todos aquellos que como yo, creáis que todos podemos conseguir las herramientas necesarias para vivir la vida que en realidad hemos venido a vivir, sin conformarnos con menos.
Por Nuria Sánchez Romanos
Para más información: www.metodonsr.com