Hace años tuve el privilegio de ver “El Circo de Calder” en el Whitney Museum de Nueva York. En la colección permanente de ese museo, poseen la mayor cantidad de obras de Alexander Calder, un americano que revolucionó el concepto de la escultura. Aquella exposición histórica, fue organizada en colaboración con el Centro Pompidou de Paris. USA y Francia son los dos países donde el artista vivió y trabajó. Recientemente hemos podido admirar otra exposición suya en el Museo Picasso de Málaga, procedente del Museo Picasso de París. Gira en torno al diálogo creativo de dos maestros modernos del siglo XX: Alexander Calder y Pablo Picasso.
La obra escultórica de Calder fue decisiva en la revolución radical que tuvo la escultura en hierro, junto a otros artistas forjadores de formas como Julio González, David Smith y Giacometti.
Alexander Calder (1898-1976), conocido como “Sandy”, nació en Pensilvania, dentro de una larga saga de escultores. Fue la cuarta generación en perdurar una vida creativa dedicada al arte tridimensional pues era hijo, nieto y bisnieto de escultores. Desde edad muy temprana, construía objetos como juguetes y su primera herramienta fueron unos alicates. A los ocho años, Calder creaba joyas para las muñecas de su hermana con cuentas de colores y alambre de cobre. Su familia viajaba constantemente. Se mudaron a Pasadena, Filadelfia, Nueva York y San Francisco. Calder creaba pequeñas figuras de animales y tableros de juego con madera y latón. Sus aficiones creativas no le inclinaron inicialmente hacia el arte. Estudió ingeniería mecánica y cinética aplicada en el Stevens Institute of Technology en Nueva Jersey.
Con 27 años, “Sandy” (Alexander Calder) llegó a París donde aspiraba ser pintor. Pero cuando volvió a Nueva York, se había convertido en el artista que conocemos hoy: una figura internacional clave en la escultura del siglo XX.
Durante esos siete años, la línea fluida y animada de Calder se transformó de dos dimensiones a tres, pasó de tinta y pintura a crear con alambre. Sus innovaciones radicales incluyeron todo tipo de obras figurativas y abstractas: retratos caricaturas de alambre con formas abiertas, un bestiario muy personal de animales de alambre, su amado Circo en miniatura y sus extraordinarios «móviles» que cambiaron para siempre el concepto de la escultura.
En su famoso Circo (1926-1931), Calder experimentó creando una brillante colección de acróbatas en miniatura, animales y otras figuras en movimiento. Utilizó resortes y poleas para una compleja obra tridimensional de técnica mixta con alambre, madera, metal, tela, hilo, papel, cartón, cuero, cuerda, tubos de goma, corchos, botones, pedrería, limpia pipas, tapas de botellas… Este original Circo ejemplificó el ingenio lúdico que infundió gran parte de sus trabajos posteriores. Se hicieron tres películas sobre las “performances” o actuaciones del “Calder’s Circus”. Su verdadera importancia reside en ser una de las primeras obras modernas donde el artista está involucrado no sólo como «creador» sino también como intérprete. A principios de la década de 1930, Calder inventó un modo de arte completamente nuevo, el móvil, una forma cinética de escultura donde sus componentes, cuidadosamente equilibrados, manifiestan sus propios sistemas únicos de movimiento.
Estas obras operan de formas muy sofisticadas, que van desde suaves rotaciones hasta gestos extraños. A veces, provocan sonidos de percusión impredecibles. Sus móviles parecen bailar e incluso silbar con el aire.
El deseo de Calder de crear pinturas abstractas que se movieran por el espacio le llevó a crear obras con motor como Universe (Universo), donde dos formas esféricas viajaban a ritmos diferentes durante un ciclo de 40 minutos. Interesado en la astronomía, Calder comparó las partes móviles de sus obras con el sistema solar. Estas piezas fueron un paso importante hacia sus móviles no motorizados, así como los precursores de su serie “Constellation” de la década de 1940.
A sus obras colgantes del techo, las bautizó como «Móviles». También creó esculturas estáticas, sobre el suelo, a las que llamó “Stabiles” (estables). Aparte de estas dos aportaciones, cruciales para la historia de la Escultura, es autor de pinturas, joyas, decorados de teatro y disfraces. Muchos artistas crearon dibujos de líneas de contorno en papel, pero Calder fue el primero en usar alambre para darle otra vida a sus «dibujos» de líneas tridimensionales para representar personas, animales y objetos.
La gran revolución de Calder fue que sus «esculturas lineales» introdujeron la línea en la escultura como un elemento en sí misma. Calder evolucionó a partir de sus esculturas lineales figurativas en alambre a formas abstractas en movimiento.
Así originó el nacimiento de sus primeros Móviles. Sus esculturas están compuestas por longitudes de alambre que pivotan sobre una pieza central, haciendo de contrapeso con finas aletas de metal. La apariencia de todas sus piezas cambia cada instante pues se mueven aleatoriamente, reorganizándose y cambiando de posición en el espacio. Como por casualidad, la obra parece transformarse cuando simplemente se mueve por el aire que rodea a cada una de sus partes individuales.
Para Calder el arte es forma en movimiento. Es admirable la extraordinaria amplitud de movimiento y sonido en sus esculturas.
Toda su obra revela la naturaleza cinética inherente de sus piezas así como su relación con todo lo que se mueve. La fascinación y el compromiso del artista con la danza y sus coreografías, se refleja en sus esculturas. Parecen respirar una esencia de “performance” que se hace admirar a través de sus movimientos idiosincrásicos y las respuestas perceptivas que provocan en el espectador. En sus coloridas obras, siempre utilizaba colores básicos: rojo, azul y amarillo (rara vez, blanco y negro). Sus colores puros son objeto de experiencias directas que no requieren una educación artística particular para ser apreciadas.
Sus móviles han sido descritos como evocadores de una alegría infantil en el espectador.
Su última exposición, “Calder y Picasso”, en el Museo Picasso de Málaga ha sido organizada por los dos museos Picasso (Paris y Málaga) en colaboración con la Fundación Calder de Nueva York y la Fundación Almine y Bernard Ruiz Picasso (FABA).
Más de un centenar de piezas, esculturas y pinturas, exploran las diferentes conexiones estéticas entre ambos creadores, investigadores del vacío y de la forma. Calder exhibe varios de sus mobiles, esculturas en movimiento, que supusieron una transformación hacia lo nuevo, a comienzos de los años 30. Calder y Picasso se conocieron en 1931 en la primera inauguración con esculturas abstractas del americano en la Galería Percier de París. Obras como “Croisière” y “Spherique”, picaron la curiosidad del artista malagueño. En la sala titulada “Dibujar el espacio” podemos admirar un particular homenaje a Josephine Baker, un retrato de la famosa bailarina dibujado en el aire, es decir, esculpido con hilo de hierro. También figurativos son los brillantes dibujos que Picasso hizo sobre papel con sinuosas construcciones lineales. Destaca su óleo “Acróbata” (1930) elegante composición con una única línea de contorno delineando la figura sobre fondo gris. En la sección “El vacío y lo lleno” hay modelados de Picasso, que evocan figuras femeninas como “Femme au fauteuil” y “Tête de femme” (1947), tomando como modelo a su joven amante Marie-Thérèse Walter. La pintura de Calder, “Panel Rojo”, 1936, explora el concepto bidimensional, aunque hay que reconocer que su escultura es muy superior a su obra pictórica. Por ejemplo, sus constelaciones de los años 30 y 40 son sublimes. Calder descubría un nuevo modo de esculpir con materiales como madera, hilo de hierro y pintura. Son piezas delicadas, abiertas, de gran audacia. Llama la atención por su enorme fuerza simbólica, la mejor escultura creada por Picasso. “Cabeza de toro” (1942). Se trata de un ensamblage, donde un sillín de bicicleta se convierte en cabeza de toro y el manillar en los cuernos del animal. Por un lado, nos recuerda la pureza y simplicidad de formas de Julio González, por otro, podría evocar el célebre “Urinario” de Marcel Duchamp por su rabiosa osadía como objeto reutilizado. Otro Picasso, pintado con formas simples de color y líneas rectas, es el retrato de su amante, Françoise Gilot: “Femme dans un fauteuil”,1947 (mujer sentada). Las líneas puras son realmente el punto en común entre Picasso y Calder. La gran pasión de Calder y base de todos sus experimentos escultóricos, es la simbiosis de la línea con el vacío.
Los populares móviles de Calder, admirados e imitados por toda Europa como signo de identidad de las vanguardias, constituyeron el órdago definitivo: el vacío quedaba incorporado a la escultura, no como metáfora ambicionada, sino como materia prima.
La relación de Calder con España y su amistad con tres de nuestros grandes artistas: Picasso, Julio González y Miró, dio lugar a una relación fructífera con muchos de ellos. Tres exposiciones cruciales mostraron esa conversación entre artistas:
1.- Guggenheim Museum de Nueva York, 1993, “Picasso y la Edad del Hierro”. Picasso era el eje central pero su figura se completaba con obras de Julio González, David Smith y Giacometti.
2.- Guggenheim de Bilbao: “Calder”. Fue uno de los montajes más elegantes en el edificio de Frank Gehry donde Calder, la gravedad y el juego, se fusionaban en la visión de un mundo abstracto.
3.- Fundación Joan Miró de Barcelona, 1997: “Calder y Miró”. Muestra que exploró la huella e interrelación entre ambos artistas pioneros de la abstracción.
Decía Salvador Dali que lo único que se le puede pedir a una escultura es que no se mueva. Calder demuestra lo contrario con brillante inventiva y sublime creatividad.
Contrario a la opinión de Dali, durante buena parte del siglo pasado lo más novedoso que se podía hacer con las esculturas era conferirles la capacidad de movimiento o, al menos, la ligereza suficiente para obtener la impresión de un vacío etéreo. El artista estadounidense reinventó la escultura al introducir el elemento del movimiento, primero a través de actuaciones (performances) con su compleja obra mecánica “El Circo de Calder”, luego con obras con motor y, finalmente, con sus dos extraordinarios “inventos” abstractos: móviles y estabiles. Alexander Calder ha pasado a la historia como el escultor que consiguió convertir en juego la simbiosis entre el hierro, el vacío y el aire. Esta fue la gran innovación de este maestro de maestros, el primero es crear esculturas móviles en el aire.
“¿Por qué el arte debe ser estático? Miras una abstracción, esculpida o pintada. Es una composición completamente emocionante de planos, esferas, núcleos, pero completamente sin significado. Sería perfecta pero siempre está quieta. El siguiente paso en la escultura es el movimiento.” Alexander Calder
Por Maria de Juan
María de Juan, marchante de arte y periodista freelance.
Fundadora de Asociación Amigos de la Cultura y de la Galeria Max Estrella.
Trabajó 12 años en Art Consulting (Nueva York) y en la Fundación Juan March (Madrid).