Entrevista a Sara Valens: “Vivir en comunidad con otras mujeres no significa rechazar a los hombres. Ese es otro error femenino que estamos pagando caro”.

Entrevista a Sara Valens: “Vivir en comunidad con otras mujeres no significa rechazar a los hombres. Ese es otro error femenino que estamos pagando caro”.

Un libro imprescindible tanto para mujeres como para hombres en el que la autora Sara Valens proporciona una guía muy útil para la mujer que lo lea así como para su entorno. La propia autora nos lo explica en esta amplia entrevista.



En Femenino Plural es un libro de autoayuda ¿Cómo se traduce esa ayuda?


En realidad yo no elegí el epígrafe “Autoayuda”. Lo eligió la editorial y supongo que se hizo así porque este es un libro difícil de encajar en ningún género. Dicho esto, el libro sí se puede entender como autoayuda en un sentido, y es que la mujer que lo lea, si de verdad lo desea, puede usarlo como guía para llevar a cabo cambios en su manera de ser que la ayuden a ella y a todo su entorno. En ese sentido no sería un libro de autoayuda al uso; de hecho, uno de los lemas más importantes del libro es: “Son las mujeres quienes tienen que cambiar”. No pretende hacer sentir bien a las mujeres diciéndoles lo que quieren oír, sino justamente abrir el debate sobre todas aquellas cosas que las mujeres hacemos mal y que tenemos que corregir en nosotras.



¿Cómo es la visión de la mujer que ofrece?


Es una visión crítica y sincera, muy alejada de la corrección política que vemos en las sociedades occidentales en las últimas décadas. Hablo de las mujeres sin tapujos, contando lo bueno y lo malo. Empezamos el libro hablando de los procesos de victimización que sufrimos las mujeres y cómo eso nos afecta a lo largo de nuestra vida. Esto no se hace con el ánimo de reforzar el rol de víctima de la mujer, sino solo para informar y sentar las bases para el resto del libro. Después hablamos del adoctrinamiento de las últimas décadas que vino de la mano del feminismo y otros ismos, diseñando una imagen de la mujer actual bastante fiel a la realidad y que no necesariamente es buena. Terminamos hablando de las mujeres cómplices de los peores crímenes, como el encubrimiento de los abusos sexuales ocurridos en el hogar, donde sabemos que la mayoría de las madres ni creen a sus hijos ni denuncian los abusos. Hay apartados específicos en los que hablamos de cosas duras de aceptar para las mujeres, como el apartado de la misoginia femenina, donde disecciono este secreto a voces que todas compartimos, que es el odio hacia otras mujeres y el daño que nos hacemos muchas veces unas a otras.


No se trata de hacer sentir mal a las lectoras criticando lo que hacen mal sin más, como no se trata de redundar en la maldad de la mujer y culparla de todo lo malo que ocurre, como sí hacen otros libros. Se trata de pintar una imagen realista de lo que somos capaces de hacer las mujeres. La intención última es la de animarlas a cambiar, a ser más humanas con otras mujeres y a hacer las paces con los hombres y despertar del sueño de la superioridad moral que algunas se otorgan. A ese fin, al final del libro ofrezco una serie de soluciones que la lectora puede implantar en su vida que pueden ayudarla a realizar los cambios pertinentes. La intención de ayudar a la mujer empapa toda la obra, aunque no sea un libro fácil de leer. Es un tipo de mensaje y una forma de pasarlo al que las mujeres no están acostumbradas, pero que llega lejos y genera cambios.


Lo ha definido como “una guía para las mujeres que puede ayudarlas a entender lo que es la conciencia de grupo, y cómo crearla”. Suena bien.


Suena bien, sí, y es muy necesario. Las mujeres no tenemos conciencia de grupo como sí les ocurre a otros grupos humanos que son capaces de luchar como un todo por sus intereses, como los negros estadounidenses, los judíos o los gitanos. Incluso los hombres, que sin tener conciencia de grupo propiamente dicha, sí se reconocen como semejantes de alguna forma, y practican una camaradería entre ellos que resulta desconocida para las mujeres. Esta falta de conciencia de grupo hace que la mujer no se sienta nunca formando parte de algo más grande que ella y que no reconozca a otras mujeres como semejantes. Lo que sobresale en las relaciones de unas mujeres con otras son la competitividad y la sempiterna envidia. Si una mujer tiene que destruir a otra para conseguir su objetivo, lo hará sin tapujos y muchas veces incluso disfrutando con ello. La destruirá incluso sin tener un objetivo en mente, solo porque ve algo en ella que le molesta. En un estado ideal de cosas en el que existiera conciencia de grupo, la misma mujer se lo pensaría dos veces antes de hacerle daño a otra, porque la reconocería como a alguien semejante. De la conciencia de grupo nacen el respeto al otro y la validación de sus circunstancias y condicionantes de vida. Millones de mujeres en el mundo no perciben nada de esto en sus relaciones con otras mujeres, solo ven a alguien contra quien volcar su rabia y su frustración, incluyendo los casos en los que estas otras mujeres son sus propias hijas. Sin esta conciencia de grupo cada mujer vive aislada y desunida del resto, sin poder apoyarse en otras, lo que hace la vida en Occidente muy difícil para nosotras, por no decir casi imposible.


Por supuesto, la conciencia de pertenecer a un grupo en particular no debe entenderse como siendo superiores a otros grupos. En ese sentido, vivir en comunidad con otras mujeres no significa rechazar a los hombres y todo lo que estos pueden aportar. Ese es otro error femenino que estamos pagando caro.



Su visión de la mujer es muy diferente al feminismo y también a lo contrario, está fuera de lo convencional.


Gracias por darse cuenta. Actualmente se nos induce a razonar en términos de dicotomías, esto es, nos muestran solo los dos extremos del continuo en el que se mueven las ideas y no nos enseñan que entre medias también hay algo. La tendencia de las personas hoy es la de debatir posicionándose en un extremo o en el otro y defenderlo hasta el absurdo con el único propósito de traerte al oponente a tu terreno. Ni siquiera se considera la posibilidad de traer al debate algo que no esté en uno de los dos extremos. Esta es la forma de pensar que nos ha llevado a la situación actual de separación y de conflicto que vivimos, no solo entre hombres y mujeres, sino en todas las áreas de la vida. En lo referente al feminismo pasa lo mismo: si no eres feminista, es que eres machista, y la mayoría de ellas no son capaces de ir más allá. Con este libro las mujeres están obligadas a reflexionar sobre los matices que se encuentran entre los extremos, porque los argumentos en la línea de defender un ismo o su contrario se quedan sin fuelle.



Argumentar en contra del feminismo y quedarse solamente en la crítica solo consigue aumentar la sensación de crispación y el conflicto entre las partes. Lo mismo ocurre al contrario; si hablamos de las mujeres como seres de luz, incapaces de todo mal, dotadas de una fortaleza y una superioridad moral fuera de toda duda, también aumentamos el conflicto, además de que estaríamos mintiendo. Si queremos ayudar a las mujeres de verdad tenemos que salir de ese círculo vicioso y llevar la reflexión y el debate un paso más allá.


Como imaginarán, esto es como hacer malabares y te arriesgas a que te etiqueten como feminista por un lado, y como misógina por el otro, que es una respuesta que supongo que llegará en algún momento. No lo juzgo, y es comprensible teniendo en cuenta la forma de pensar dicotómica de la que hablo. Por eso este es un libro sobre el que reflexionar mucho, sin quedarse en la superficie, leyéndolo despacio y varias veces, recapacitando sobre aquellas partes que te hacen enfadar o que te crispan, mirando hacia dentro y reconociendo que si he sido capaz de despertar esas emociones en tu persona, debe ser por algo. Es un libro que vale más que muchas sesiones terapéuticas. Está escrito desde la comprensión, pero al mismo tiempo, desde la disciplina. Explico las situaciones de vida de las mujeres desde la experiencia personal, porque yo también he estado ahí, y lo hago con amor y cordialidad, pero al mismo tiempo con autoridad y firmeza. Y es difícil rebatirme precisamente porque no estoy en ningún extremo y los argumentos clásicos no valen conmigo; te tienes que esforzar un poco más. Las personas no están acostumbradas a que se las lleve a la reflexión y eso es triste, pero me allana el terreno al mismo tiempo. Hoy las mujeres van en automático y parecen preparadas siempre a lanzarte el eslogan pertinente a la cara.



También habla de la creencia de que el empoderamiento femenino se ha transformado en soberbia ¿Lo puede explicar?


Sustituir el término “Poderosa” por “Empoderada” en lo que se refiere a las mujeres es un juego engañoso de palabras con el que nos confunden. La RAE nos explica que empoderar significa “Hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido.” Mientras que el término “Poderoso” nos habla de alguien “Que tiene poder”, o bien que es “Grande, excelente, o magnífico en su línea.” Nótese la diferencia entre “hacer que alguien” parezca algo, y “tener o ser” algo. Mujeres poderosas las ha habido siempre, pero parece que al feminismo no le interesan puesto que no las menciona nunca. El empoderamiento artificial actual es otra cosa, se trata solo de inflar el ego femenino con argumentos falaces y fomentando un comportamiento infantil más propio de niñas malcriadas sin autocrítica y sin sentido común. Además es falso desde el momento en que no les brinda a las mujeres las habilidades imprescindibles para valerse por sí mismas en la vida, que se supone que es la base de tener poder sobre tu propia vida. Lo único que buscan es adular a la mujer hasta la idiotez y evitar a toda costa que se haga responsable de su comportamiento. Por otro lado fomenta la creencia de que la mujer es fuerte y que, como ser fuerte que es, no necesita de nada ni de nadie para progresar. Y ahí tienes a millones de mujeres tomando decisiones sin sentido que las llevan a quedar empobrecidas, solas y debilitadas. Porque así es como te quedas cuando te consideras tan fuerte que te crees que puedes hacerlo todo sola. Muchas mujeres han expulsado a los hombres de sus vidas por esa creencia, lo que solo nos trae problemas añadidos: al separarnos voluntariamente de los hombres y estar espontáneamente desunidas de otras mujeres, al final nos encontramos con que estamos solas, pero sobre todo estamos vulnerables. Justamente lo contrario a lo que predica la retórica del empoderamiento.


Las mujeres tienen que abrir los ojos y darse cuenta de que este experimento social llamado empoderamiento femenino es una vil trampa que, no solo no nos hace más fuertes, sino que nos debilita y nos crea problemas. Como psicóloga y gran conocedora del psiquismo humano, sé bien que cuanto más se empeña una mujer en mostrarte lo fuerte que es, más debilitada se siente por dentro. Las mujeres poderosas de la historia han sido líderes que no se dejarían manipular por ningún ismo. La mujer empoderada, sin embargo, es una niña malcriada que se atreve a gritarle en los oídos a cualquiera que le lleve la contraria, aunque aquello que le esté diciendo sea beneficioso para ella.


Asegura que las mujeres practican una forma errónea de entender sus derechos

Las mujeres siguen la senda que les han marcado. Millones de personas en Occidente creen que disfrutan del libre albedrío, pero la realidad es que estamos siendo manipulados constantemente. La retórica de los derechos interminables es una de esas claras manipulaciones a la población, y las mujeres han picado el anzuelo sin resistencias. Además de los derechos, las personas también tenemos obligaciones, valores morales y responsabilidades. Hay muchas cosas que se obvian en el discurso de los derechos y eso desequilibra la balanza. El resultado de eso en el contexto femenino es que las mujeres terminan por no atender a razones y que argumentan con el discurso de los derechos en cualquier circunstancia aunque esté fuera de lugar.


Pero es que primero hay que observar de qué “derechos” hablamos. Los supuestos derechos que se supone que nos ha otorgado el feminismo son regalos envenenados. Por ejemplo, el derecho a divorciarse se ha convertido en un arma de doble filo que deja a la mujer en una situación precaria de pobreza y aislamiento. Tampoco es ideal la situación profesional de las mujeres una vez que tienen hijos. Explico esto en detalle en el libro y llego a la conclusión de que el lanzamiento de la mujer al mundo profesional fue y es aún una gran chapuza, sin paliativos. Un sistema social que se jacta de preocuparse por las mujeres no hace las cosas así. Si querían que saliéramos a trabajar fuera de casa primero tendrían que haber acomodado el mundo profesional a la circunstancia femenina, en concreto a la maternidad, y no al revés. Y esto nos lleva de cabeza a una de las grandes bazas del feminismo: la igualdad. Los hombres y las mujeres no somos iguales desde el momento en que las mujeres pueden (y quieren) tener hijos. 


Eso nos hace completamente diferentes a hombres y a mujeres. Por supuesto no hablamos de desigualdad legal, que eso ni se discute, pero es evidente que el mundo profesional no permite un acomodamiento natural de la mujer porque las bases para ello son erróneas. La insistencia en hacernos parecer iguales cuando somos diferentes les complica mucho la vida a las mujeres ya que, curiosamente, somos nosotras las que tenemos que cambiar todo nuestro mundo para acomodarnos al de los hombres. El discurso de los derechos femeninos argumenta que lo que está mal es el sistema masculino de cosas (patriarcal, lo llaman), pero no se les ocurre cambiar eso desde la base para acomodar a la mujer. En lugar de eso lo que hacen es destruir el mundo de las mujeres para sustituirlo por un sucedáneo masculino. Que nos obliguen a volver nuestro mundo femenino del revés es un signo de que no respetan lo femenino y que dan por sentado que algo (o todo) está mal en nosotras, y que por eso hay que destruirlo y reformarlo. El resultado final es que en el nombre de unos supuestos derechos que las mujeres no solicitaron, sus vidas se han complicado tanto que resulta imposible sostenerlo a largo plazo. La factura que pagan las mujeres en nombre de estos falsos derechos es demasiado alta.


El problema es que las mujeres están adoctrinadas y no se dan cuenta de que las están tomando el pelo. Al comienzo del libro hablo de las diferencias emocionales entre hombres y mujeres y de cómo estás diferencias nos hacen a las mujeres mucho más vulnerables a la sugestión y a la manipulación que a los hombres. Con todo esto lo que quiero decir es que las mujeres tenemos mucho trabajo por delante. Primero, hemos de admitir que somos diferentes que los hombres y que nuestras particularidades no se están respetando. Segundo, que algunas de esas particularidades nos ponen en una situación de vulnerabilidad y que para lidiar con eso necesitamos ayuda. Finalmente, que los ismos que muchas mujeres defienden son en realidad la base de todos nuestros problemas.


Es difícil reconocer que te han tomado el pelo y que has estado haciendo el tonto, quien sabe si durante décadas, defendiendo unos pseudoderechos que te distraen de las cosas importantes de verdad y que a la larga te destruyen, pero el cambio es posible. Yo lo hice, puesto que milité en el feminismo durante muchos años, pero lo abandoné y no hay vuelta atrás. Me siento mucho más equilibrada ahora.



Con este libro su pretensión es unir a hombres y mujeres ¿cree que eso es factible tal y como está la sociedad actual?


No solo creo que sea posible, es que es muy necesario. Seguimos una senda de autodestrucción y solo nosotras podemos salvarnos. Aquí no hay héroes ni dioses que puedan sacarnos de este caos en el que estamos inmersas. Tomar conciencia de lo que estamos haciendo mal y revertirlo será la única forma de volver a la normalidad, porque de eso se trata. Esto no es algo que pueda hacer un solo individuo; el problema es social y por lo tanto, la sociedad entera debe arremangarse y trabajar para desfacer este entuerto. Ahora bien, una cosa es cierta y para eso escribí este libro: las mujeres son las primeras que tienen que cambiar, madurar y comenzar a comportarse como las adultas que se supone que son. Durante décadas hemos exigido al hombre que cambie, lo hemos expulsado de nuestras vidas y hemos ahondado en un cisma artificial con ellos que alguien creó para desunirnos. No va a ser fácil resolverlo, pero claro que es posible. Aquí es donde toca demostrar que lo de ser fuerte no es solo un eslogan. La que quiera presumir de ser fuerte que lo demuestre y que cambie.


Ver en mylibreto: En Femenino Plura

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