Frenar la vida

“(…)cuando decimos «el tiempo es oro», que es como decir «el dinero es la medida de todas las cosas», estamos reduciendo todo a lo que da el oro, al dinero, a términos económicos. El tiempo no es oro, el tiempo es vida. El mundo está traicionando a la vida.»

José Luis Sampedro

“Hemos olvidado que nuestra única meta es vivir y que vivir lo hacemos cada día y que en todas las horas de la jornada alcanzamos nuestras verdadera meta si vivimos… Los días son frutos y nuestro papel es comerlos.”

Jean Giono

Hace apenas un año, aparecía en todas las cadenas de televisión españolas la novela autobiográfica de una famosa periodista y presentadora que, después de alcanzar el éxito y la fama en su sector, decidió desaparecer. Pluff!, se esfumó de repente. Dijo adiós a todo (dinero, contratos, socialité…) y se retiró del mundo para crear uno propio, desde cero. Desde la raíz.

He de reconocer que la lectura del libro, producto de su experiencia[1], no me ha entusiasmado demasiado. Puede ser que para alguien que se cría y reside en el medio rural (como es mi caso), todo lo que recogen sus 338 páginas dejan de ser tan impactantes o sorprendentes como para quién vive en la ciudad:  su libro-diario es el día a día en casa. Quizás, también, las expectativas que la publicidad generó en su momento eran demasiado altas para el resultado final. No es una lectura incómoda pero su escritura se vuelve lenta, pesada, repetitiva…, si se tiene en cuenta que lo que pretende es transcribir en palabras la sensación de desposesión de la autora y su proceso de reconexión interior.

Otro libro de reciente publicación refleja mucho mejor (siempre desde mi opinión como lectora),  la intención del primero. Esa necesidad real de bajar el ritmo, de pisar el freno, de silenciar el ruído afuera. Sus páginas nos hablan de los ciclos de la naturaleza, de sus tiempos, de cómo hemos ido olvidando nuestro origen vendiéndolo a la tiranía del reloj.  De cómo ya no diferenciamos entre estaciones porque hemos conseguido pasarlas por alto: modificación genética de semillas, fertilizantes, plaguicidas. De cómo los conocimientos que pasaban de generación en generación se difuminan hasta perderse, del terrible efecto de la individualidad frente a lo colectivo y al bien común[2].

Son sólo dos ejemplos de cómo afrontamos la vida lenta: la bibliografía sobre el tema de la vuelta a lo natural es abundante. Muy recomendable, muy breve y cargado de palabras de esperanza es “El hombre que plantaba árboles”, de Jean Giono[3], de quien he tomado prestada una cita para abrir este artículo.

Lo lento ya no se disfruta, porque no recordamos cómo se hace. No tenemos tiempo para lo lento: ni para las relaciones, ni para las lecturas, ni para los procesos vitales, ni para la comida y la cocina diaria, ni para las colas en las cajas del supermercado. No nos paramos a observar a nuestro alrededor, no escuchamos ni conversamos con calma, no descansamos largamente sin hacer nada durante un momento  durante nuestro día libre, durante cada día, sin sentir el peso de la culpa porque descansar significa no producir, y no producir es malo. La vida se nos va en prisas, en resultados, en la sensación de que nos ahogamos porque “no tenemos tiempo”. El tiempo ya no es para vivirlo, es para monetizarlo. Jugamos a ser alquimistas, transformando una sustancia en otra completamente distinta, sin conocer las reglas ni lo que perdemos a cambio. Queremos llegar a todo y creemos que nuestras vidas, su duración, son infinitas. Posponemos planes, viajes, proyectos que nos ilusionan por otros que nos convienen, el vermucito de domingo con los amigos de siempre, ver la puesta de sol de un día cualquiera, bailar o reír hasta que nos duela el cuerpo entero. Posponemos nuestra felicidad y nuestra salud.

Vivimos en una sociedad saturada, llena de estímulos, de ruido, de información: hay pantallas y cámaras en todas partes, tráfico, prisas, redes sociales a rebosar de contenidos absurdos, telediarios, partes de guerra, fake news,… Hasta tenemos un neologismo para nombrarlo: infoxicación[4]. Todo nos sobrepasa, pero aguantamos a base de medicamentos para la ansiedad, para la depresión…, para ir tirando: en el período 2000-2013, el consumo de ISRS (Inhibidores Selectivos de Recaptación de la Serotonina) -antidepresivos- aumentó en un 159,3%[5]: una píldora de la felicidad para poder hacer tolerable lo cotidiano y normalizar lo anómalo.

No, no podemos llegar a todo. Pero si podemos aprender a priorizar. Aprender a dar el valor relativo a cada cosa. A apartar poco a poco ese constante estruendo, a apagar el telediario y olvidar el móvil a propósito. A descargar nuestros sentidos, nuestra mente, y lograr el descanso que tanto necesitan. Intentar reconectar con nuestro cuerpo, observando sus cambios. Avanzar poco a poco con los pasos sutiles de las nuevas estaciones.

Y volver a lo lento.


Por: María Vázquez // https://www.linkedin.com/in/mvazquezscq/


[1]Montañez, B. (2021). Niadela. Madrid, España. Errata naturae Ed.

[2]Sánchez, M. (2019). Tierra de mujeres. Barcelona, España. Seix Barral Ed.

[3]Giono, J., Saramago, J. (prol.) (2014). El hombre que plantaba árboles. Barcelona, España. Duomo Ed.

[4]La RAE lo recoge en su diccionario dentro del término “intoxicar”: https://dle.rae.es/intoxicar

[5]Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad; Agencia española de medicamentos y productos sanitarios (14 de enero de 2015). Utilización de medicamentos antidepresivos en España durante el período 2000-2013.

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